El Complot Mongol by Rafael Bernal

El Complot Mongol by Rafael Bernal

Author:Rafael Bernal
Language: es
Format: mobi
Tags: det_police
Published: 2011-01-20T23:00:00+00:00


V

Cuando entró a la sala, el alba llenaba todo de sombrías grises, como grandes manchas de humedad en una casa abandonada. No había nadie. Abrió sin hacer ruido la puerta de la recámara. La luz sin color entraba por la venta junto con los primeros ruidos de la calle. Marta estaba dormida, acurrucada, como si tuviera miedo, los brazos desnudos fuera de las sábanas y las manos unidas cerca de la cara. Lo que no habrán visto esos pinches rusos. Ellos lo ven todo porque investigan y yo nomás estoy para matar. Matar sin ver al que se mata, sin saber por qué hay que quebrarlo. Tal vez nada más porque sí,

Se detuvo para verla. La respiración era pausada, lenta. Sin hacer ruido se quitó el saco y la funda de la pistola. No quería tenerla encima del corazón. Orita debería meterme en la cama, junto a ella. Orita que está durmiendo. Creo que nunca he visto a una mujer durmiendo, por lo menos a una mujer tan bonita. Por lo general, cuando ya se van a dormir, yo me voy. Ya no las necesito. Y creo que me estoy haciendo maricón. Ya debería estar en la cama con ella. ¿Para qué estar mirando lo que se puede agarrar con las dos manos? ¡Pinches rusos allá enfrente! Sólo mirando, como el chino del cuento. Y yo como ellos. Sin meterme en la cama. ¡Pinche maricón!

Distraídamente había tomado la gamuza y limpiaba la pistola. Sus dedos se movían sobre ella, como acariciándola, pero no quitaba los ojos de la figura de Marta, dormida en su cama. De pronto se movió y se incorporó de un salto. Sólo tenía puesto el fondo.

—¡Filiberto!

—No se espante, Martita.

Marta se restregó los ojos y sonrió:

—Te estuve esperando hasta muy noche.

No hizo nada por cubrirse con la sábana. Se sentó en la cama y puso las dos manos sobre las piernas extendidas.

—Luego me dio sueño y me recosté un rato y, como no tengo pijamas... ¿Te vas a acostar?

—No, Martita. Sólo vine a darme un regaderazo y tengo que salir de nuevo.

—Pero si no has dormido nada. En dos noches no has dormido. ¿Quieres café?

Se levantó de un salto. Estaba descalza. Se acercó a García y le puso las dos manos en los hombros. A través del fondo se transparentaban sus pechos, pequeños y duros, y el cabello en desorden le caía hasta los hombros. Olía a cuerpo y a cama. García se inclinó y la besó en la boca, sin abrazarla. Tenía en una mano la pistola y en la otra la gamuza. Ella se apretó contra él.

—Te quiero, Filiberto, te quiero tanto. Aquí sola no tengo otra cosa que hacer más que pensar en ti y en lo que te quiero. Por eso ya te hablo de tú, porque he adelantado mucho en nuestras relaciones.

Se alejó un poco de él y empezó a desabrocharle la camisa.

—Te tienes que poner una limpia.

—Sí, Martita.

—¿Por qué no descansas un poco? Yo te despierto a la hora que me digas.



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